Una ventana al campo,
el aire fresco en la cara,
el olor del pan,
el aroma del café en la casa.
Andar descalzo por el prado,
desperezarse,
el perro,
ducharse.
La guitarra, la que suena o la que es tocada,
el buen libro que espera paciente en el sofá,
sorprenderse,
subrayar,
comprender,
anotar con el lápiz,
el olor de la madera del lápiz.
Escribir, plantar,
viajar, cantar,
como dijo Bertolt Brecht.
Jugar y conjugar.
Observar las estaciones,
y las rosas.
Y el campanario que
a lo lejos
canta las horas.
La siesta, cuando es posible,
el arrullo, y el amor que se hace.
El silencio entre el canto del viento.
Y el sol en el ocaso,
las nubes en el atardecer.
Y la luna.
Y ya, de noche,
acostar a los niños y contar
ese cuento improvisado
que no puede faltar.
Y antes de dormir,
mirar arriba
y despedirse de las estrellas,
tomar aire
y evocar
lo que ha valido la pena hoy,
y lo que conviene sembrar mañana.
Alex Rovira
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